lunes, 26 de enero de 2009





En los tiempos convulsos que corren, me parece acertado parar un minuto a leer el siguiente texto sacado de la obra La tempestad, de la cual es autor Gibran Jalil Gibran, acompañado por unas fotillos de mi costa. Disfruten.
En la profundidad del mar, rodeando las islas cercanas en donde nace el sol, hay un abismo. Y allí, donde la perla existe en abundancia, yace el cadáver de un joven rodeado por doncellas marinas de larga y dorada cabellera; lo miran fijamente con sus hondos ojos azules, conversando entre ellas con voces melodiosas.
Y su conversación escuchada por las profundidades y llevada hacia la orilla por las olas, me fue traída por la brisa traviesa.
Una de ellas dijo:
-Es un humano que entró a nuestro mundo ayer, mientras nuestro mar estaba enfurecido.
Y la segunda dijo:
-El mar no estaba enfurecido. El hombre, que pretende ser un descendiente de los dioses, estaba guerreando con armas de hierro, y su sangre se derramaba hasta tornar carmesí el color del agua; este humano es una víctima de la guerra.
La tercera aventuró:
-No sé lo que es la guerra, pero sí sé que el hombre, después de haber sometido la tierra, se volvió agresivo y resolvió someter el mar. Inventó un extraño objeto que lo transportaba sobre las aguas, con lo cual nuestro severo Neptuno se enfureció ante su codicia. Para complacer a Neptuno, el hombre comenzó a ofrecer regalos y sacrificios, y el inmóvil cuerpo delante nuestro es el regalo más reciente a nuestro gran y terrible Neptuno.
La cuarta aseguró:
-Que grande es Neptuno, y qué cruel es su corazón. Si yo fuera el Sultán del mar, rehusaría aceptar semejante paga... Vengan ahora, y examinemos este-rescate. Tal vez nos iluminemos con respecto al clan humano.
Las sirenas se acercaron al joven, exploraron sus bolsillos y encontraron un mensaje cerca de su corazón; una de ellas lo leyó en voz alta a las otras:
Amado mío:
La medianoche ha llegado nuevamente, y mi único consuelo son mis vertientes lágrimas, y no hay nada que me conforte más que la esperanza de que regreses a mí de entre las sangrientas garras de la guerra. No puedo olvidar tus palabras cuando partiste: "Cada hombre tiene un préstamo de lágrimas que deben ser devueltas algún día."
No sé que decir, Amado mío, pero mi alma se arrugara como pergamino... mi alma que sufre por la separación, pero se consuela con el Amor que da alegría al dolor y felicidad a la pena. Cuando el amor unificó nuestros corazones, y deseamos el día en que nuestros dos corazones fueran unidos por el poderoso soplo de Dios, la guerra gritó su horrible llamado y tú la seguiste, impulsado por tu deber para con los jefes.
¿Qué es este deber que separa a los amantes, y hace que las mujeres se conviertan en viudas, y los niños en huérfanos? ¿Qué es este patriotismo que provoca guerras y destruye reinos por cosas sin importancia? ¿Y qué causa puede ser más trivial cuando se la compara con una vida? ¿Qué es este poder que invita a pobres de la aldea, menospreciados por los fuertes y por los hijos de la nobleza heredada, a morir por la gloria de sus opresores? Si el deber destruye la paz entre las naciones, y el patriotismo molesta la tranquilidad de la. vida del hombre, entonces digamos: "La paz sea con el deber y el patriotismo:"
No, no, Amado mío. No hagas caso a mis palabras. Sé valiente y fiel a tu país... No escuches a una doncella, cegada por el Amor, y perdida entre la despedida y la soledad...
Si el Amor no te devuelve a mí en esta Vida, entonces el Amor seguramente nos unirá en la vida futura.
Tuya para siempre
Las sirenas volvieron a poner la nota bajo las vestimentas del joven y se fueron nadando, silenciosa y tristemente. Mientras se reunían a cierta distancia del cuerpo del soldado muerto, una de ellas dijo:
-El corazón humano es más severo que el cruel corazón de Neptuno.


2 comentarios:

  1. Tío... tenías que habete puesto el chubasquero y meterte debajo para hacer la foto jajaaj

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